Hace varios años atrás vi en una portada de una revista una imagen de Lisboa que se me quedó pegada.
Con esa portada en mi memoria fue que frente a la posibilidad de ir a Portugal, tomamos la decisión.
Al llegar a Lisboa, tuve la sensación de ya no estar en Europa. Tiene otro paso, otro ritmo, uno más lento, más simple, tal vez incluso más sudamericano.
Esta capital tiene un encanto especial. Sin duda no está el recuerdo de ninguna gran corte, no hay grandes palacios, grandes obras viales o potentes obras de arte que haya dejado el paso de su familia real. Pero está su gente, amable y sencilla, como si se tratase de un pueblo.
Uno puede subir por sus cerros con sus casas pintadas de colores, muy similares a las de Valparaíso y encontrar en la puerta de cada una al vecino sentado en una silla para ver la gente pasar o para conversar.A veces no es sólo la silla, también está la mesa y entonces ahí ya se forma una reunión de amigos donde se conversa y se come.
Es tan lento el paso de Lisboa, que nunca voy a olvidar cuando subiendo por una estrecha calle en un tranvía, el chofer paró a comer un sandwich y nos hizo esperar a todos los pasajeros mientras él estuvo en la tienda....pero eso no es todo, unos pasos más arriba tuvo sed, entonces volvió a parar y volvimos a esperar para que esta vez tomara su bebida....
Esta no es una ciudad de compras diría yo, es una de largas caminatas y de observar.
Pueden tomar también un tren que en un corto tiempo los lleva a Estoril y Cascais dos pueblos costeros preciosos y un poco más onderos.
No es un destino clásico, pero me atrevo a recomendarlo.
Lisboa , Portugal
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